Comentario
Los asentamientos se localizan en suelos preferentes y contextos favorables. En Europa central-occidental, los primeros asentamientos agrícolas corresponden a las comunidades campesinas que colonizan gran parte de las tierras bajas que se extienden entre los Cárpatos y el Rin, hacia el 6000-5500 a.C.: se conocen como los grupos de la cerámica de bandas (Linienbandkeramik), cuyas implantaciones perduran alrededor de 800 años y cuya expansión acaba abarcando, finalmente, una franja territorial de unos 2.000 kilómetros entre el canal de la Mancha y el mar Negro. Según J. M. Howell, se trata de células de poblamiento, que se emplazan en las islas aluviales que quedan entre los meandros de los grandes ríos de este sector, y que se aglomeran de manera concentrada o lineal según las zonas. Los lugares de habitación y producción son de grandes dimensiones, se encuentran regularmente en depósitos de loess, suelos bien drenados y fácilmente laborables (por ejemplo, la gran concentración de yacimientos en el noroeste alemán). Esta estrategia geográfica permite, por otro lado, la explotación de otros nichos ecológicos cercanos: ríos o cursos de agua, zonas pantanosas, etc. Según los postulados de Gallay, este momento vendría precedido, en su origen, por una fase pionera de la difusión neolítica: la formación, por aculturación de la cultura del Rubanense, antes de su expansión.
Con el tiempo se irán ocupando nuevos sectores: los valles, como sucede por ejemplo con los primeros asentamientos neolíticos conocidos en Suiza (VI milenio), que están emplazados en el valle del Rin; luego se extienden gradualmente a valles glaciares y paisajes morrénicos (V-IV milenios).
No obstante, en otras zonas menos diversificadas estructuralmente en cuanto a suelos, la elección es, forzadamente, más aleatoria (por ejemplo, en Inglaterra y el sur de Escandinavia). Precisamente en la zona de Bretaña y la costa atlántica de Europa en general, el desarrollo del Neolítico, en concreto del fenómeno megalítico, es extremadamente precoz y espectacular, relacionable con una fase neopionera de aculturación/impacto muy importante de las nuevas tecnologías sobre las poblaciones pescadoras y recolectores establecidas en ecosistemas litorales. Un proceso similar de aculturación se habría desarrollado en los bosques septentrionales de Europa (aparición de cerámica y piedra pulida en el Subneolítico nórdico). Además, en los contextos montañosos, las cuevas y los abrigos siguen ocupándose, a menudo con una explotación del territorio circundante muy especializada.
La puesta en marcha del trabajo agrícola quedó reflejada en la degradación del entorno paisajístico, sobre todo en lo que se refiere a la deforestación, que probablemente fue de carácter extensivo (así se ha podido constatar en zonas como el norte de Irlanda, con un largo periodo de desmontes). Los trabajos realizados en este tipo de acciones recurrían a diversas técnicas, según se ha podido documentar: uso de hachas (en esta zona aparecen en mayor cantidad y tamaño que en el sur-sureste europeo), utilización del fuego (documentado en el túmulo de Sarnovo en Polonia, por las grandes cantidades de carbón acumulado hacia el V-IV milenios) y la eliminación de las cortezas (por ejemplo, Niederwil en Suiza). Todo este conjunto de transformaciones han quedado documentadas, aunque no con demasiada frecuencia, en el registro arqueológico y a través de los diagramas polínicos.
El bosque, sin embargo, no servía únicamente para la implantación agrícola (preparación de los terrenos de cultivo): sus propios recursos, como el ramaje (alimentación animal, construcción de viviendas) y la madera (también para la construcción, la fabricación de instrumentos domésticos, combustible), se siguen explotando de manera clara.
Al margen del uso básico del palo excavador o de las azuelas, el arado realizó un papel clave; sin embargo, la evidencia de que disponemos es compleja y más bien tardía respecto a las primeras fases de la neolitización. Así pues, conocemos las huellas de arado bajo túmulos megalíticos (sur de Inglaterra y Polonia), atribuidas al IV milenio, restos de arados de madera conservados en Sweet Track (Inglaterra) y en Seeberg Burgäschisee-Süd (Suiza) y, finalmente, la construcción de zanjas (seguramente de drenaje) en Hambledon Hill (sur de Inglaterra). Además debemos tener en cuenta el uso del ganado vacuno para la tracción del arado; en Europa central se documenta la castración de estas especies ya en el VI milenio, hecho directamente relacionado con estas prácticas.
Desde las fases iniciales se puede observar una selección de cultivos concretos (especialmente trigos y cebadas), si tenemos en cuenta la elección intencional de ciertos terrenos para el asentamiento de la población. Con el tiempo se llega a una mayor diversificación de las plantas cultivadas, hecho que supone una mayor seguridad para la subsistencia. Justamente en la zona suiza, en los inicios del Neolítico, ya se empieza a cultivar un amplio espectro de especies vegetales: trigo, cebada, mijo y legumbres. Además se plantan el lino y las amapolas, para la obtención de aceite.
Aunque falta mayor documentación, se pueden detallar diferentes tipos de prácticas agrícolas, según las zonas de explotación. Seguramente se recurría al barbecho (de corta o larga duración) y la intensificación de los cultivos sería constante, a juzgar por la perduración de los lugares de habitación (hasta 500 años en un mismo lugar). También se documenta el enriquecimiento de los suelos con la ceniza, pero no debemos caer en el esquema excesivamente simplista de la agricultura de tala y quema extendida de forma general. Además, se ha constatado el uso de abonos, como, por ejemplo, en el túmulo de South Street (Inglaterra), donde la acumulación importante de polen de helecho puede ser indicador de la presencia abundante de estiércol (IV milenio). La complementariedad de cultivos diferentes, así como el recurso al cultivo de las legumbres y arvejas, permitía una fijación del nitrógeno al suelo y una mayor fertilidad del terreno.
En conjunto y a grandes rasgos, podemos resaltar dos opciones agrícolas principales: un cultivo continuo o casi continuo en los primeros asentamientos sobre terrenos favorables, y un cultivo más variado en los asentamientos secundarios sobre terrenos en peores condiciones. Las informaciones sobre el espacio agrícola son reducidas, sólo destacan la presencia clara de empalizadas y cercas en Suiza y en general en Europa central-occidental, sobre los depósitos loésicos. De todas formas, su funcionalidad específica es objeto de discusiones, ya que podría tratarse de separación de los campos respecto a los animales domésticos, delimitación de algún tipo de propiedad, funciones defensivas, demarcación social-ideológica, etc.
Al final del proceso de trabajo campesino, los productos del cultivo se utilizaban y se trataban con múltiples fines: para la alimentación animal y humana, la recuperación de semillas para el cultivo y las tareas de conservación-transformación (en recipientes cerámicos, silos, para la cocción y producción de derivados, etc.).